Las emociones también huelen.
Son aromas complicados
para los que cabría establecer léxicos nuevos.
La diversión huele doble,
intensa y arrasadora.
La preocupación huele a neón que parpadea y es fría como
la nieve.
Se enrosca.
Como la excitación.
Tan lejanas la preocupación y la
excitación, y resulta que ambas se enroscan.
La preocupación hace pompas que se
elevan como globos con signos de interrogación.
La excitación hace burbujas que
estallan en gotas que estallan en gritos de lombriz.
Un montón de gritos de
lombriz hacen un orgasmo.
Pero el orgasmo es difícil olerlo en mitad de la
calle.
Un sentimiento vagabundo que huele a flores cerradas.
La desgracia huele a orquídeas secas y a bengalas
mojadas por olas del Índico.
La risa de bruja yo diría que huele a carne de
culebra de pantano, a ojo de tritón y a pata de rana, a cabello de murciélago,
etc.
Lo bello es feo y feo lo que es bello.
Las certezas huelen a polvo de teja o a piedra erosionada.
La perfección huele a Partenón quemado.
La obsesión huele fuerte, como una nota grave al
piano.
Huele a lengua por la que acaba de pasar un grito.
Hay un miedo implacablemente atractivo en las
mujeres que huele a helecho tropical y a telaraña de seda venenosa.
La satisfacción de muerto no huele, pero existe.
Una amarga certeza.
El optimismo almacenado se convierte en pesimismo a las pocas horas por una extraña reacción química.
La vergüenza te deja las fosas nasales fatalmente
impregnadas con un olor a heces que te acompaña semanas, incluso meses.
La prosperidad huele a leche caliente recién
ordeñada.
Tan preciada como indigesta.
La competitividad es un perfume a base de madera de
ballenero, garra de halcón y un toque de soberbia.
El deseo es un destilando de vello genital de más de 100 especies de
mamíferos, adornado con esencia de algunas flores venenosas.
El desconsuelo huele a jirones de casaca y a plomo
y a cuchillos oxidados.
La indiferencia huele a mosca común africana y a
lágrimas de ñu asustado.
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