sábado, 10 de noviembre de 2012

EnMiedO eNmediO EnMierDo

El coche es un MIEDO de transporte
El País es un MIEDO de comunicación
Y TVE también... 
No es que quiera respetar el MIEDO ambiente, la verdad
Ni más ni menos que una mosca


martes, 12 de junio de 2012

Res-Cates. Tuits del 9 de junio

· Me he subido a un árbol muy alto y con las ramas endiabladamente entretejidas y ahora no puedo bajar. Aquí no viene nadie.


· Llevo dos días agarrado a un palo que me mantiene a flote en unas arenas movedizas con las que me tropecé. Y nada.


· Horas y horas, días y días, semanas incluso, en este ascensor, entre la planta 12 y la 13. ¿Va a venir alguien, por dios?


· Le prometí devolverle hasta el último céntimo, moralidad obliga. Pero es que me está pidiendo a mi primogénito!


· Papá Estado, papá Estado, ¿me haces el problema de matemáticas? -No pijo, no estaría bien. -Bueno, inténtalo de todas formas.


· Bienaventurados los aventureros de domingo, porque serán rescatados. Brújulas Decarthon y barro de diseño.


· por fabor, rescaten a mi agüelo, que está mu sordo... reza-un-felipe-gonzalez, hijo, que están hablando del recato de los bancos


· RAE. Rescatar 2: Cambiar o trocar oro u otros objetos preciosos por mercancías ordinarias.


· 1ª lección del Manual del Rescate. Intente rescatar en sábado y hágalo coincidir con el comienzo de la Eurocopa de fútbol


· ¿Alguien me va a rescatar de la relativización extrema? Dijo mientras se sacaba un moco viendo el Alemania-Portugal...


· Res-Cate de la Res-Pública



miércoles, 28 de marzo de 2012

¿Qué hacen ahí?


                     Lo viejo    Lo                                                       Maldita cárcel la neutralidad
                     Lo nuevo   Lo
                     Lo antiguo Lo
                     Lo pretéritoLo
                     Lo raro         Lo
                     Lo curioso  Lo
                     LoLoLoLoLo

domingo, 11 de marzo de 2012

Sabsurdo devorando a sus pijos

El capitalismo corroe al capitalista. 
Pero el capitalismo sale enriquecido de este roce conflictivo,
sale reforzado gracias a ese fagocitarse roído por el ácido. 
El capitalista, en cambio, termina, 
finalmente,
desintegrado,
desestructurado,
desequilibrado,
desposeído
y deslabazado. 

martes, 6 de marzo de 2012

Aromas nuevos

Las emociones también huelen. 
Son aromas complicados para los que cabría establecer léxicos nuevos. 
La diversión huele doble, intensa y arrasadora. 
La preocupación huele a neón que parpadea y es fría como la nieve. 
Se enrosca. 
Como la excitación. 
Tan lejanas la preocupación y la excitación, y resulta que ambas se enroscan. 
La preocupación hace pompas que se elevan como globos con signos de interrogación. 
La excitación hace burbujas que estallan en gotas que estallan en gritos de lombriz. 
Un montón de gritos de lombriz hacen un orgasmo. 
Pero el orgasmo es difícil olerlo en mitad de la calle. 
Un sentimiento vagabundo que huele a flores cerradas. 
La desgracia huele a orquídeas secas y a bengalas mojadas por olas del Índico. 
La risa de bruja yo diría que huele a carne de culebra de pantano, a ojo de tritón y a pata de rana, a cabello de murciélago, etc. 
Lo bello es feo y feo lo que es bello. 
Las certezas huelen a polvo de teja o a piedra erosionada. 
La perfección huele a Partenón quemado. 
La obsesión huele fuerte, como una nota grave al piano. 
Huele a lengua por la que acaba de pasar un grito. 
Hay un miedo implacablemente atractivo en las mujeres que huele a helecho tropical y a telaraña de seda venenosa. 
La satisfacción de muerto no huele, pero existe. 
Una amarga certeza. 
El optimismo almacenado se convierte en pesimismo a las pocas horas por una extraña reacción química. 
La vergüenza te deja las fosas nasales fatalmente impregnadas con un olor a heces que te acompaña semanas, incluso meses. 
La prosperidad huele a leche caliente recién ordeñada. 
Tan preciada como indigesta. 
La competitividad es un perfume a base de madera de ballenero, garra de halcón y un toque de soberbia. 
El deseo es un destilando de vello genital de más de 100 especies de mamíferos, adornado con esencia de algunas flores venenosas.
El desconsuelo huele a jirones de casaca y a plomo y a cuchillos oxidados. 
La indiferencia huele a mosca común africana y a lágrimas de ñu asustado. 


 

sábado, 18 de febrero de 2012

Opinión


1. ¿Me permites unas preguntas? Es para una encuesta.
2. ¿Son muchas?
1. No… cinco o seis.
2. Ah… bueno, en ese caso, adelante.
1. ¿Vas al gimnasio?
2. No.
1. ¿Vas de cañas los domingos?
2. No.
1. ¿Y los jueves?
2. No.
1. ¿Sales a cenar los sábados?
2. No.
1. ¿Lavas el coche los domingos?
2. No. 
1.  Vaya, pues entonces... haces excursiones a la montaña, ¿no? 
2. No. 
1. ¿Has ido a París? 
2. No. 
1. ¿Vas al cine los miércoles? 
2. No.
1. ¿Tienes un seguro médico privado? 
2. No. 
1. ¿Vas de putas con tus hermanos en Nochebuena? 
2. ¿Con mis hermanos? ¿En Nochebuena? 
1. ¿No vas de putas? 
2. No… oye, ¿qué clase de encuesta es ésta?
1. ¿Tienes un apartamento en la playa? 
2. No. 
1.  Pero lo habrás soñado... 
2. Nunca. 
1. ¿Entonces? ... 
2. Me gustaba ir a bailar con... 
1. Ah, mira... ¿Y jugabas cerca del río cuando eras un niño?
2. No... no había río... 
1. ¿Cazabas pájaros con tirachinas? 
2. Nunca lo hice. 
1. ¿No recogías conchas del borde del mar? 
2. No. 
1. ¿Ni salías a navegar en el barco de tu abuelo? 
2. Mi abuelo era carpintero. 
1. ¿Carpintero? ¿Carpintero de un pueblo de montaña? 
2. No. Carpintero, sin más. 
1. ¿Carpintero de un barrio obrero? 
2. ¡Que no! 
1. ¿Tienes hijos? ¿Los llevas al centro comercial los viernes por la tarde y al circo en Navidad? 
2. No. No tengo hijos. 
1. ¿No compras ropa nueva cada temporada? ¿No tienes un seguro de vida? ¿No perdiste la virginidad en una acampada a los 15? ¿No donas a la Iglesia un porcentaje de tus impuestos? ¿No presumes de haber leído el Premio Primavera de Novela? ¿No desayunas en el mismo bar cada mañana? ¿No haces nada?

sábado, 4 de febrero de 2012

martes, 24 de enero de 2012

Ponte


Zona de confort







































Sal de la zona oscura...

Zona de confort. David Learsi

David Learsi es ya un viejo, pero todavía sigue repitiéndose cada mañana: sólo me tengo a mí mismo. Es un viejo pero aún se siente con fuerzas para rejuvenecer. Es un viejo casi desde que nació, porque nació sodomizado. Violado. Vejado. Violentado. Sacudido. Apaleado. Pero con todo y con eso, fue capaz de nacer. Learsi es un viejo que vive paranoico, pertrechado tras los muros de su casa y armado hasta los dientes. Cree que su vecino lo va a destruir. Pero su vecino es un pobre hombre, otro hombre tan viejo como Learsi, tocado siempre con un pañuelo palestino, que mata las horas lanzando la caña al agua. Un día el hombre del palestino se percata de que bajan menos peces que de costumbre. Otro día se topa con algún pez muerto. Maldice su suerte y se va. Un día más y el riachuelo baja sin vida, sólo agua y mosquitos. Se acerca a la puerta del vecino, por preguntarle. Pero Learsi le grita desde algún lugar que se vaya. El pescador se para a mirar la casa de su vecino, sus muros tan elevados, su puerta enorme y robusta. Vuelve a golpear con fuerza la puerta, con una piedra. Silencio. De pronto, una voz. ¡¿Qué quieres?! ¿Vio lo de los peces?, pregunta el viejo pescador. ¡Los peces son míos! Responde Learsi. El viejo pescador del pañuelo palestino retrocede contrariado y grita: ¡Cómo que son suyos! ¡Son de todos! Y así han seguido, discutiendo sin que pase realmente nada muro adentro. En seis días, David Learsi dejó sin alimento a su vecino. Según él, el problema lo tiene el viejo pescador, que está fuera de la zona.  

Zona de confort. Christophe Rolland

A Christophe Rolland le aterroriza el fondo del mar. Una vez, buceando en el borde de una playa de una isla volcánica, se topó con el abismo de pronto y casi muere instantáneamente. Claro que siempre se muere instantáneamente. Y nunca por mirar al abismo. 
El cineasta de cabecera de Christophe Rolland es Sidney Lumet, un hombre abismal, sin duda. Además, a Rolland le gustan los barcos, los submarinos, los batiscafos y las fotos de calamares gigantes. Es para pensar que, en esta zona, todos están enganchados a una suerte de placer atizado por sus propios miedos. Los miedos paralizan y lo dejan a uno en la comodidad intrauterina.

Zona de confort. Simona Katjenski

Simona Katjenski conoció la leyenda de la dama de blanco en versión islámica. La mujer de la curva de la carretera secundaria que se aparece en mitad de una oscuridad impenetrable, vestía un burka. La cuestión es detener el coche y abrir la puerta del coche y salir del coche y deslizarse pegado a la carrocería del coche y… es que no es que asuste igual, es que asusta más. 
Pasados los años, la guerra empieza a ser historia. De siempre, desde niña, Simona tiene miedo de todas esas mujeres tapadas. Vas a tener suerte, Simona, le decía su abuela. Tú no tendrás que vivir tapada. Pero todavía hay campamentos custodiados por filas de hombres armados de tradición. Y ellas están obligadas a decir que lo hacen por propia voluntad, porque es mandato divino. Alá las tenga en su gloria. Tú no sentirás la debilidad de las que viven privadas de luz solar. Tú vas a ser el orgullo de esta familia estés donde estés. Todo eso le decía a Simona su abuela y todo eso le venía a la cabeza una y otra vez en esas largas tardes lluviosas en las que pasaba las horas fumando porros tirada sobre la cama. Cada cierto tiempo se levantaba para ir a mear y a la vuelta asomaba su rostro a la ventana. Paraguas y coches y la luz artificial que le iba ganando la partida a la luz plomiza. Al otro lado de la puerta de su habitación, sus cinco compañeros iban llegando de sus respectivas rutinas dispuestos a cenar, mirar la tele o escuchar música, quizás leer, finalmente dormir. Dos japoneses absolutamente herméticos, una española locuaz, una escocesa de padre escocés y madre mexicana y un estadounidense de padres judíos que ha sido el último en llegar. Hay cambios habituales, algunos están un año, otros tan sólo unos meses. Simona llegó hace casi un mes y está como paralizada. El idioma le parece muy complicado, no consigue hacerse entender. Le gustaría conversar con Simon Copperland, le hace gracia que se llame como ella y sea un hombre. Pero Copperland no parece un tipo muy comunicativo. En estos pocos días que lleva en la casa, se desliza como un fantasma. Simona ha averiguado que es dj. Muchas noches sale a eso de las ocho con una maleta negra con remates metálicos. Siempre viste jeans, camisa, chaleco, botas y sombrero de cowboy. Simona hoy no puede dormir. Simon hace tres horas que se largó. Simona sale de su habitación. Todos los demás duermen. Simona entra en la habitación de Simon. Ve una guitarra eléctrica blanca colgada en la pared, frente a la cama. Por el suelo, ropa tirada y cajas de zapatos llenas de cedés. Simona se sienta en el suelo y comienza a mirar las carátulas. Sobre la mesilla hay un discman conectado a unos pequeños altavoces. Simona cierra la puerta. Saca un disco de su caja. Lo pone con un volumen mínimo. Sigue mirando otros discos mientras cabecea al ritmo de la música. Stop. Quita un disco. Pone otro. Stop. Quita ese. Pone el siguiente. Stop. De pronto se abre la puerta. El tiempo se detiene, como cuando uno está contento. Simona y Simon se miran inexpresivos largo rato. Simon sonríe primero y Simona le secunda.
Simon y Simona han echado dos polvos y medio y han seguido escuchando música, pero el sexo no parece ya esa mecha que antaño atizaba la pasión. Ni siquiera el hachis lo hace. A Copperland le repetía una y otra vez su padre, católico convertido al judaísmo para casarse con su madre, que no hay nada que no se pueda ser. Y ahora él, Simon Copperland, va disfrazado a trabajar. Su abuela creía en un dios. Su madre en otro. Y él se disfraza de cowboy para ir a trabajar. Y su nuevo primo Pavel está al caer. O eso cree Copperland, porque Pavel Brajkovic siempre encuentra una nueva excusa para posponer sus viajes alrededor de la Tierra. Muchos años más tarde seguirá coleccionando documentales sobre esta isla del Pacífico o aquel pueblo amazónico.

Zona de confort. Pavel Brajkovic

Pavel Brajkovic se maneja como nadie con Google Earth. Se diría que se está aprendiendo el mundo. Sabe desde hace años que pisará esto y esto otro, pero de momento no ha salido de Cracovia. Planea viajes constantemente, viajes largos, viajes iniciáticos, viajes precisos y entomológicos. Pero nunca tiene ni tiempo ni dinero.

Querido primo Simon:
Supongo que te sorprenderá este e-mail, sobre todo porque no sabes quién soy. Acostumbro a hurgar en las historias de la familia y el otro día me enteré de que tengo un primo americano, hijo de los primos hermanos de mi abuelo Pavel, que emigraron antes del desastre. Tengo intención de viajar y, por qué no, podría ser emocionante conocernos. Me han dicho dónde vives más o menos y lo tengo perfectamente situado en Google Earth. Llevo tiempo planeando salir de Cracovia en un largo viaje y, la verdad, siempre me ha frenado un cierto temor al mundo que tan manejable parece en la pantalla del ordenador. Me han hablado de ti, me han dicho que te dedicas a la música y que nunca has venido a Polonia. Aquí siempre tendrás las puertas abiertas. Quizás pueda convencerte para que vengas cuando nos veamos. El otro día averigüé que Cracovia fue fundada por el mítico Krakus, que erigió la ciudad sobre la cueva del Dragón de Wawel, al que venció con astucia. Yo quiero vencer mi propio dragón y salir de Cracovia. Es una carambola inquietante. Sólo tendré que reunir un poco de dinero y ya podré dejar el trabajo y coger las maletas. No te molestaré mucho, sólo unos días. Gracias, primo.

Zona de confort. Simon Copperland

Simon Copperland piensa a menudo en su abuela, católica por imperativo histórico. Simon se sigue acordando de algo que siempre le ha inquietado. Su abuela hacía promesas a una virgen y, por muy sorprendentes que parecieran, ella acababa cumpliendo con sus promesas una vez que conseguía la contrapartida. Subir de rodillas a un montículo sobre el que se asienta una pequeña ermita es un sacrificio. También viajar a otro país en peregrinación. En cualquier caso, cosas absolutamente ajenas a la vida de la abuela de Simon Copperland, recluida siempre en su minúsculo universo rural. Y él no es capaz de aprender a tocar la guitarra que mira y ama desde su cama.

Zona de confort. Yukiya y Akira

Yukiya Arashiro y su amigo Akira Natsukawa han decidido finalmente qué se van a tatuar.

AKIRA. ¿Tú qué?
YUKIYA. Yamata-no-Orochi, con sus ocho cabezas y sus ocho colas.
AKIRA. Yo Medusa, la gorgona.
YUKIYA. ¿Tú dónde?
AKIRA. En el pubis.
YUKIYA. Yo en torno al cuello.
AKIRA. ¿Tú por qué?
YUKIYA. Porque los viejos se enroscan al cuello motivos que recuerdan a sus victorias.
AKIRA. A mí me han de vencer.
...
AKIRA. ¿Tú por qué?
YUKIYA. El dolor de enterrar al dragón bajo mi piel me hará fuerte.
AKIRA. Yo me tatúo protección y me proporcionará elementos de sorpresa.
YUKIYA. ¿Comemos?
AKIRA. ¿Hay alguien en la casa?
YUKIYA. Yo creo que no.
En esta zona todo suele ocurrir más o menos así. La sensación es que no ocurre nada. Yukiya y Akira comen como hurones en la oscuridad y desaparecen. Siguen dándole vueltas al tatuaje que se harán mientras sus padres, miembros de la oligarquía financiera japonesa, no hacen acto de presencia en las vidas de sus hijos más que una o dos veces al año, y fugazmente. Siguen tratando de entender si es bueno o malo traer hijos a este mundo y Yukiya y Akira van de ciudad en ciudad con todo pagado para expiar la culpabilidad de sus progenitores. 

Zona de confort. Coral Coldway

Coral Coldway se ha acabado convenciendo de que es bisexual. Tiene relaciones abiertas con otras mujeres, pero a veces siente que se pilla por un tío. Su primera relación con un hombre ocurrió cuando ella tenía tan solo trece años. Pero Coral no quería. Fue forzada. Por un tío. Ella siempre dice que perdió la virginidad a los dieciséis con Charly, su vecino y compañero de clase.
Coral quizás consiga que Muna aprenda a nadar y entonces así ganársela como amiga íntima. Pero es que ni Coral es lesbiana ni Muna alguien que se permita perder el control. A pesar de estar lejos de su familia y su cultura, es difícil escapar a todo eso que se te queda dentro como se quedaron los animales pintados en las cuevas de la prehistoria. Para siempre.

Zona de confort. Muna Massi

Muna Massi, hija y nieta de argelinos, está yendo a la piscina cada día desde que el verano se instaló en el calendario. Eso ya es algo. Se sienta en la orilla, en bikini, y se moja los pies. Sus amigos y amigas, mientras, se bañan y compiten a ver quién es más rápido. Muna los mira y sonríe.
La mañana es delicadamente cálida. El cielo está azul y los rayos de sol vibran entre las ramas de los árboles que hay alrededor de la piscina. Árboles altos y robustos. El agua está deliciosa y sólo Muna permanece fuera, sentada en el borde, dando pequeños golpes en la superficie con los dedos de los pies. ¿Por qué no te bañas? Le pregunta Coral. No sé nadar, responde Muna. No importa, le increpa Coral. Sí, sí importa, dice sonriendo Muna. No te vas a ahogar, yo te sostengo. No, de verdad, me da pánico la sensación… siento que me voy a hundir, responde Muna con educación. Eres muy guapa, Muna, no dejaría que te hundieras, le dice Coral bajando la voz. Gracias. Muna baja la mirada y se siente sonrojar. Cuando vuelve a mirar, Coral nada hacia el resto del grupo, que chapotea y ríe ensordecedoramente unos metros más allá, en el centro de la piscina.
Puede que Muna Massi aprenda a nadar.