Simon Copperland piensa a
menudo en su abuela, católica por imperativo histórico. Simon se sigue
acordando de algo que siempre le ha inquietado. Su abuela hacía promesas a una
virgen y, por muy sorprendentes que parecieran, ella acababa cumpliendo con sus
promesas una vez que conseguía la contrapartida. Subir de rodillas a un
montículo sobre el que se asienta una pequeña ermita es un sacrificio. También
viajar a otro país en peregrinación. En cualquier caso, cosas absolutamente
ajenas a la vida de la abuela de Simon Copperland, recluida siempre en su
minúsculo universo rural. Y él no es capaz de aprender a tocar la guitarra que
mira y ama desde su cama.
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