Lo cierto es que una noche, Malcom Florty
esperó despierto hasta que su vecina, Sofía Fernández, llegara a casa. Su
objetivo era sólo saber su hora de llegada, pero el botín fue mayor. Excitado,
se acercó todo lo más que pudo hasta la ventana de Sofía y la vio desnudarse. Y
tan pronto Sofía apagó la luz, él salió disparado hasta su cuarto y allí se la
machacó como un mandril. La casualidad quiso que a la mañana siguiente, cuando
Malcom volvía de su paseo matutino, se cruzara con Sofía en el jardín que
circunda el edificio. Él se quedó paralizado y su cara debió denotar el estupor
hasta el punto de que Sofía se detuvo y le preguntó que si estaba bien. Sí,
hola, respondió Malcom, sorprendido por haberla entendido. Cuando pegaba la
oreja a la pared, la oía hablar en un idioma desconocido para él, quizás
portugués o griego, quién sabe. Pero la entendió y quiso saber por qué. ¿De
dónde eres? Le preguntó Malcom. De España, respondió Sofía. ¿Y cómo te llamas?
Dijo ella. Pues Malcom. Pues yo Sofía. Mucho gusto, Sofía. Igualmente, adiós
Malcom. Adiós Sofía, dijo Malcom en un susurro ahogado por el miedo. Y verla
salir del jardín y alejarse calle arriba y era como si la luna se le fuera y se
oscureciera todo y los lobos comenzaran a aullar y todas las fieras se le
arremolinaran en torno a los testículos y volvió a salir corriendo hasta su
cuarto y a machacársela como un mandril. Suponiendo que los mandriles se la
machaquen. Sí, ¿no?
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