Muna Massi, hija y nieta
de argelinos, está yendo a la piscina cada día desde que el verano se instaló
en el calendario. Eso ya es algo. Se sienta en la orilla, en bikini, y se moja
los pies. Sus amigos y amigas, mientras, se bañan y compiten a ver quién es más
rápido. Muna los mira y sonríe.
La mañana es
delicadamente cálida. El cielo está azul y los rayos de sol vibran entre las
ramas de los árboles que hay alrededor de la piscina. Árboles altos y robustos.
El agua está deliciosa y sólo Muna permanece fuera, sentada en el borde, dando
pequeños golpes en la superficie con los dedos de los pies. ¿Por qué no te bañas?
Le pregunta Coral. No sé nadar, responde Muna. No importa, le increpa Coral.
Sí, sí importa, dice sonriendo Muna. No te vas a ahogar, yo te sostengo. No, de
verdad, me da pánico la sensación… siento que me voy a hundir, responde Muna
con educación. Eres muy guapa, Muna, no dejaría que te hundieras, le dice Coral
bajando la voz. Gracias. Muna baja la mirada y se siente sonrojar. Cuando
vuelve a mirar, Coral nada hacia el resto del grupo, que chapotea y ríe
ensordecedoramente unos metros más allá, en el centro de la piscina.
Puede que Muna Massi
aprenda a nadar.
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