Mery Apple Cross echa de
menos su aventura de amor clandestina. Pero qué diría su marido si… qué diría
su madre si… qué diría su hermana si… qué diría su amiga si… qué diría su perra
si…
Cuando Mery Apple Cross
se sentó frente a él una tarde de febrero, dibujó una vez más el gesto preciso.
La mirada debe tener profundidad y la sonrisa ha de ser tan leve que los labios
no se separen. Picock cree que controla su boca y el telón que enseña u oculta
sus dientes. Mery Apple Cross sonrió aquella tarde de febrero y sus dientes
eran blancos y estaban perfectamente dispuestos. Dos bocas, una pícara y
cerrada y otra rota por la gran sonrisa. Un beso o varios en lontananza.
Mery Apple Cross está
sentada en el sofá de su hogar conyugal. Llora. Los sábados por la mañana puede
llorar, porque está sola. Y llora mientras limpia. Llora mientras cocina. Llora
mientras juega con su perra. Llora mientras mira cómo se mecen las ramas del
árbol que asoma por su terraza. Llora por todo y, cuando se le han gastado las
lágrimas, se recompone y sigue viviendo. Porque en esta zona, ya os digo, nunca
pasa nada.
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